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Arte

El pintor de azulejos anónimo

Aunque la historia ha conservado el nombre de pintores de azulejos famosos, a menudo la actividad fue ejercida en el anonimato.

El anonimato de los pintores de azulejos fue debido a diversas razones y reflejaba diferentes formas de inserción en los medios artísticos de Lisboa.

Algunos pintores de azulejos eran meros empleados de las ollerías sin formación académica, como señala el tratado de pintura de Félix da Costa, que creía que ni siquiera debían identificarse como pintores. Hubo otros muy conocidos en el ambiente artístico de la capital, como Valentim de Almeida que, casi siempre participando de compañías con varios pintores, nunca firmó ninguna de sus obras. Ya otros abandonaron la identidad de pintor para obtener un mayor reconocimiento social.

Nicolau de Freitas fue aprendiz de António de Oliveira Bernardes, el pintor de azulejos más respetado de su tiempo. Con este prometedor comienzo, el futuro auguraba una carrera auspiciosa. Al final del aprendizaje en el taller de Santa Catarina, volvió para vivir en la parroquia de Nossa Senhora dos Anjos, para colaborar en la ollería de António Gonçalves. Allí estableció una relación privilegiada con Bartolomeu Antunes, un maestro ladrillador de los palacios reales, quien, como forma de contrato, le ofreció casarse con su hija mayor. Aunque estaba inscrito en la Hermandad de San Lucas, tenía un débil compromiso con la cofradía, no dependiendo del círculo de pintores para lograr encargos.

Conocemos solo tres obras firmadas por Nicolau de Freitas, en un corto período comprendido entre los años 1736 y 1744. La primera está en un panel situado delante al que lleva la identificación del maestro ladrillador Bartolomeu Antunes; las dos restantes son pequeños registros de santos. El desarrollo exponencial de la producción del Gran Taller de Lisboa, con la contratación de varios pintores, acabó dictando el fin de la adopción de su firma en los conjuntos que ejecutó.

De manera inédita, en 1750, D. João V nombró a Nicolau de Freitas portero de la Cancillería y del Tribunal da Suplicação, un cargo menor de la administración real. En verdad, como se puede deducir del articulado de la merced, Nicolau de Freitas adquirió el cargo para poder recibir un estipendio regular independiente de la actividad como pintor.

Después de la merced, Nicolau de Freitas pasó a designarse en los documentos oficiales como el portero del tribunal, en un testimonio de su afán de reconocimiento social. Un esfuerzo que, de manera significativa, no se llevó a cabo a través de la profesión de pintor de azulejos, ni bajo los auspicios de la Hermandad de San Lucas.

Florero, Igreja de Nossa Senhora da Graça do Divor, Évora, 1600-1625
Florero, Igreja de Nossa Senhora da Graça do Divor, Évora, 1600-1625. © CM.

La estrategia de Nicolau de Freitas contrasta con la de Valentim de Almeida, quien por mucho tiempo militó en la Hermandad de San Lucas entre los años 1717 y 1750. En la fraternidad de los pintores de Lisboa, fue mayordomo, procurador y juez asistente del pintor Brás de Oliveira Velho. Durante varios años, con cierto compromiso personal, asumió la responsabilidad de ir de casa en casa para recoger las contribuciones anuales de los pintores.

Parece que Valentim de Almeida buscaba una carrera de mayor reconocimiento artístico y su nombre está asociado a una campaña con el pintor Jerónimo da Silva (1687-1753) para el Mosteiro da Graça de Lisboa, en una etapa temprana de afirmación de su actividad como pintor.
Fue este mismo reconocimiento entre los pintores lisboetas lo que determinó que fuera elegido por los canónigos de la Catedral de Oporto para la ejecución de los azulejos del claustro inferior, en una obra que integraba la renovación del cenobio medieval, llevada a cabo en un período de sede vacante, entre los años 1722 y 1744.

Además de una pequeña propiedad que heredó de su padre, Valentim de Almeida poseía un oratorio, algunas pinturas y también prendas de fidalgo, como una casaca, dos pelucas y una pequeña espada de plata, en una preocupación por la representación social, la cual, aunque conocida por las sátiras a los ”peraltas” del período de D. João V, podríamos no asociar inmediatamente con el círculo de los pintores de azulejos de Lisboa.

Este escaso patrimonio fue, sin embargo, adquirido a expensas de un trabajo constante, y Valentim de Almeida, con más de 70 años, fue uno de los promotores de la sociedad de pintores de azulejos creada en 1764, obligándose a trabajar diariamente en la pintura de azulejos, cobrando a jornal. Sin exagerar, se puede decir que él murió pintando, tan anónimo como comenzó.

BIBLIOGRAFÍA PRINCIPAL

MANGUCCI, Celso. “A estratégia de Bartolomeu Antunes, mestre ladrilhador do paço (1688-1753)” in Al-madan, n. 12, 2003, pp. 155-168. ISSN 0871-066X.

Salvador (BR), Convento de São Francisco

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